miércoles, 3 de julio de 2013

Gattaca


Gattaca es ya un clásico del cine de ciencia ficción de los 90. La película fue dirigida en 1997 por Andrew Niccol y debe su nombre a la combinación de las letras iniciales de las bases nitrogenadas que forman la cadena del ADN (guanina, citosina, adenina y timina).

Presenta un mundo que clasifica a sus individuos como “válidos” (aquellos nacidos tras haber sido seleccionados por incluir las mejores características genéticas de sus progenitores) o “no válidos” (individuos fruto de la combinación del material genético de sus padres al azar). Vincent, un “no válido” con demasiadas limitaciones físicas para subir al espacio (desde miopía hasta una probabilidad de un 90% de padecer un fallo cardiaco) sueña con entrar en Gattaca, centro de entrenamiento de los pocos elegidos para volar. Su voluntad, no determinada al parecer por gen alguno, le lleva a alcanzar su sueño. En el proceso recibe la ayuda interesada de un “válido” llamado Jerome, que le “vende” su identidad después de quedar discapacitado por un accidente, así como las muestras corporales diarias necesarias de pelo, sangre, orina, y todo lo necesario para superar los continuos controles de Gattaca.

 
El filme abre un ambicioso debate sobre la eugenesia en nuestro tiempo, y el papel real de los genes en el individuo resultante después de su continua interacción con su medio, cultura, etc. Sugiere que efectivamente en el desarrollo de cada ser humano influyen tantos y tan complejos factores que es imposible predecir el resultado final. Dicha cuestión es mucho más que compleja y se sale por completo del humilde objetivo de este blog. Por ello, después de acudir al filme buscando inspiración para el siguiente post, he decidido centrarme en algo tan intrascendente como los no pocos  errores y gazapos (algunos “físicamente incorrectos”, otros simplemente de sentido común) que convierten a esta estupenda película, en imperfecta. Comenzamos!
 
Vincent pasa por un largo proceso de “transformación” para ser Jerome en el que tiene que cambiar sus ojos de color y disimular su miopía con lentillas, porque “de lo contrario se verían cicatrices”. ¿Acaso las lentillas son invisibles? Las cicatrices parecen, en cambio, no suponer un problema  cuando nuestro protagonista se somete a una traumática operación  para aumentar unos cuantos centímetros de estatura.


En la película se efectúan controles diarios en Gattaca para confirmar la identidad y excelente condición física de sus miembros de élite. Por ello, el pobre Vincent (“convertido” en Jerome), se ve obligado a hacer triquiñuelas continuamente para asegurarse de no ser descubierto. Por ejemplo, toma distintas muestras de orina de Jerome, y comprueba con un análisis si son válidas (al auténtico Jerome le gusta demasiado el vodka, que invalida las muestras). Desconocemos qué parámetros en concreto se analizan en dicha orina, pero está claro que después de dos muestras no válidas, si se vierte el contenido de una válida con el mismo embudo de vidrio sin haber sido lavado convenientemente, la muestra buena ha sido contaminada, y por tanto, para darla como “válida” el aparato en cuestión tiene que tener por lo menos dotes adivinatorias.

 Jerome y Vincent  tuvieron cuidado de “menear” las bolsas de sangre para evitar su coagulación y poder conservarlas mejor, pero en cambio la minúscula porción de sangre vertida en el depósito del “dedo” falso de goma que Vincent  pegaba en su auténtico dedo cada día para superar el control de entrada en Gattaca, se mantenía misteriosamente líquida y lista para el análisis, y nunca se contaminó con producto alguno (restos de goma, pegamento con el que Vincent fijaba la prótesis a su dedo, ni restos de un supuesto anticoagulante).
 

Se puede pasar por alto que nadie, nunca, haya observado la foto del verdadero Jerome y notado que poco se parece al impostor, que nadie haya percibido que intercambia la muestra de sangre cuando se efectúa la extracción en vena de la misma o la “pegatina” con su sudor antes de correr  en la cinta, pero lo que es intolerable pasar por alto, si se mira una película de ciencia-ficción con cierto “espíritu físico-crítico”, es que Vincent suba al espacio con un traje de tela “de andar por Tierra” y sólo pestañee de emoción cuando su cuerpo está sometido a los efectos de la aceleración debida al despegue. Un lanzamiento como el de una nave jamás resultaría tan “cómodo” para su piloto como aparece en la película, y el mismo tendría, como mínimo y para reducir los efectos de la aceleración sobre su cuerpo, que vestir un traje especial.

 

El efecto fisiológico de la aceleración sobre el organismo recibe el nombre de “tensión por aceleración”. Los fenómenos circulatorios, respiratorios y visuales en el cuerpo humano, por ejemplo, son seriamente alterados en función de la magnitud de la aceleración, y si esta supera ciertos valores, se causan lesiones, incluso irreversibles, en todo el organismo. El cerebro también ve alterada su función, así como los riñones, las vértebras y articulaciones, etc.


 
El lanzamiento de las naves de Gattaca, al igual que el de las nuestras, se produce en vertical, así que los astronautas ya se sientan hacia arriba mientras esperan el lanzamiento y permanecen así durante el mismo. Esto “ayuda” al cuerpo a soportar mejor los valores de aceleración que se alcanzan, cuyos efectos en los órganos varían según la dirección en que se produzca dicha aceleración (de la cabeza a los pies o del pecho a la espalda). Los asientos de metal, en las naves de nuestro mundo, son inflexibles, y los astronautas llevan enormes trajes a presión. Mike Mullane describió sus sensaciones durante el lanzamiento  en una entrevista para la revista Tesconnect. Parece ser que durante el proceso sufren de un intenso dolor de espalda y se sienten sumamente incómodos. Se alcanzan 160 km/h en 4 segundos, y en menos de un minuto están ya a velocidades supersónicas. Scott Kelly señaló, por su parte, que el lanzamiento es todo menos tranquilo, se siente toda la “fuerza del empuje”, un ruido ensordecedor y violentas sacudidas que hacen que la cabeza “traquetee” dentro del casco. A medida que se acelera, los astronautas son “empujados” contra sus asientos, y resulta muy difícil moverse. La aceleración llega a los 3g, así que la sensación que tienen debe parecerse a la de “pesar” unas 3 veces más de lo que lo hacen “habitualmente” en la superficie terrestre. La aceleración y sus efectos no desaparecen hasta pasados unos 8 minutos de “vuelo”, una vez alcanzada la órbita, y sólo entonces empiezan a tener “sensación de ingravidez”, y los objetos empiezan a “flotar”.

Cuando la aceleración es opuesta a la gravedad (caso de los lanzamientos espaciales), la presión de los vasos sanguíneos por debajo del corazón aumenta, por el contrario, por encima del nivel del mismo la presión arterial disminuye, lo que provoca alteraciones visuales y cerebrales. Una persona de pie en reposo presenta una presión arterial cardíaca de 120 mmHg, y en los pies dicha presión alcanza los 190 mmHg por la presión hidrostática de la “columna” de sangre entre los pies y el corazón. La presión hidrostática en un punto depende de la altura respecto a la línea cardíaca, denominada “columna de sangre o hidrostática”. La inclinación del asiento de los pilotos mejora su tolerancia a la aceleración porque reduce dicha “columna hidrostática”, es decir, la altura corazón-cerebro, reduciendo así la disminución de presión en la cabeza del piloto al aumentar el valor de la aceleración.  En los lanzamientos las aceleraciones se mantienen siempre por debajo de 4g, ya que a este valor la deficiente irrigación sanguínea periférica en la retina provoca reducción concéntrica de los campos visuales, visión central borrosa o visión gris, que pueden desembocar, si la presión en el globo ocular disminuye lo suficiente, en pérdida total de visión (visión negra). Esto, seguido de la pérdida de conocimiento por falta de irrigación sanguínea en el cerebro, constituye uno de los primeros síntomas.

En experimentos en centrifugadoras llevados a cabo para evaluar los límites fisiológicos de las aceleraciones  se han conseguido valores de hasta 20g, pero siempre durante períodos de tiempo muy cortos, jamás alcanzados en maniobras comunes.

Al someter al cuerpo humano a una aceleración considerablemente mayor que la  9,81 m/s2 habitual,  la frecuencia cardíaca aumenta para intentar “compensar” que el retorno de sangre venosa hacia el corazón disminuye porque debajo del corazón la sangre se dirige a la periferia de las extremidades.  Se producen así arritmias. Como las extremidades almacenan casi toda la sangre, aparecen  edemas en piernas y tobillos. Este efecto es contrarrestado por las maniobras de contracción muscular en piernas, brazos y abdomen, junto a los pantalones anti-G, “remedios” que contribuyen a “devolver” sangre al corazón. Como la frecuencia respiratoria aumenta considerablemente, también se provoca fatiga en la musculatura respiratoria, y dolor punzante e intenso en la zona superior del tórax y los hombros.

Elevados valores de aceleración también pueden producir en los cuerpos de los pilotos lesiones cervicales agudas y cambios vertebrales degenerativos crónicos, así como lesiones graves  en tejidos blandos como músculos y ligamentos.

Los métodos utilizados en aeronáutica para compensar los múltiples efectos comentados anteriormente son la respiración a presión positiva, los entrenamientos en centrífuga y los trajes anti-G. Estos últimos, lejos de incluir corbata (al estilo de Vincent en Gattaca), son tradicionalmente de  “oclusión arterial”, e inflan cámaras sobre el abdomen y las extremidades inferiores. La NASA sigue investigando en los trajes, que han sufrido una notable evolución desde el primer modelo utilizado, y hoy en día ya existen prototipos como el sistema “Libelle”, donde el piloto está rodeado de un líquido de la misma densidad del cuerpo, que provoca una contrapresión proporcional a la fuerza de la gravedad en cada punto del organismo.

Por mucho que avance la medicina aeroespacial y la aeronáutica, siempre tendrán que usarse dispositivos que le permitan al cuerpo humano soportar las aceleraciones necesarias para alcanzar en una nave la velocidad de escape de la Tierra en un tiempo razonable. Así mismo, no merecería la pena invertir en una tecnología capaz de absorber el ruido y las vibraciones de una nave durante su despegue, si esto fuese posible, sólo para proporcionar a sus pilotos un lanzamiento apacible y confortable como sólo en Gattaca puede tener lugar.

Referencias
  • Aguilar Gutiérrez, Miguel (2000). „Biomecánica: La Física y la Fisiología“. Consejo Superior de Investigaciones científicas.

1 comentario:

  1. Esta muy bien pero yo creo q en el futuro puede que creen naves cómodas para el transporte 😊

    ResponderEliminar