Gattaca es ya un clásico del cine de ciencia ficción de
los 90. La película fue dirigida en 1997 por Andrew Niccol y debe su nombre a la
combinación de las letras iniciales de las bases nitrogenadas que forman la
cadena del ADN (guanina, citosina, adenina y timina).
Presenta un mundo que clasifica a sus individuos
como “válidos” (aquellos nacidos
tras haber sido seleccionados por incluir las mejores características genéticas
de sus progenitores) o “no válidos”
(individuos fruto de la combinación del material genético de sus padres al
azar). Vincent, un “no válido” con demasiadas limitaciones físicas para subir
al espacio (desde miopía hasta una probabilidad de un 90% de padecer un fallo
cardiaco) sueña con entrar en Gattaca, centro de entrenamiento de los pocos
elegidos para volar. Su voluntad, no determinada al parecer por gen alguno, le
lleva a alcanzar su sueño. En el proceso recibe la ayuda interesada de un
“válido” llamado Jerome, que le “vende” su identidad después de quedar
discapacitado por un accidente, así como las muestras corporales diarias
necesarias de pelo, sangre, orina, y todo lo necesario para superar los
continuos controles de Gattaca.
El filme abre un ambicioso debate sobre la
eugenesia en nuestro tiempo, y el papel real de los genes en el individuo
resultante después de su continua interacción con su medio, cultura, etc.
Sugiere que efectivamente en el desarrollo de cada ser humano influyen tantos y
tan complejos factores que es imposible predecir el resultado final. Dicha
cuestión es mucho más que compleja y se sale por completo del humilde objetivo
de este blog. Por ello, después de acudir al filme buscando inspiración para el
siguiente post, he decidido centrarme en algo tan intrascendente como los no
pocos errores y gazapos (algunos “físicamente incorrectos”, otros
simplemente de sentido común) que convierten a esta estupenda película, en
imperfecta. Comenzamos!
Vincent pasa por un largo proceso de
“transformación” para ser Jerome en el que tiene que cambiar sus ojos de color
y disimular su miopía con lentillas, porque “de
lo contrario se verían cicatrices”. ¿Acaso las lentillas son invisibles?
Las cicatrices parecen, en cambio, no suponer un problema cuando nuestro protagonista se somete a una
traumática operación para aumentar unos cuantos
centímetros de estatura.
En la película se efectúan controles diarios en Gattaca para confirmar la identidad y excelente condición física de sus miembros de élite. Por ello, el pobre Vincent (“convertido” en Jerome), se ve obligado a hacer triquiñuelas continuamente para asegurarse de no ser descubierto. Por ejemplo, toma distintas muestras de orina de Jerome, y comprueba con un análisis si son válidas (al auténtico Jerome le gusta demasiado el vodka, que invalida las muestras). Desconocemos qué parámetros en concreto se analizan en dicha orina, pero está claro que después de dos muestras no válidas, si se vierte el contenido de una válida con el mismo embudo de vidrio sin haber sido lavado convenientemente, la muestra buena ha sido contaminada, y por tanto, para darla como “válida” el aparato en cuestión tiene que tener por lo menos dotes adivinatorias.
Jerome y
Vincent tuvieron cuidado de “menear” las
bolsas de sangre para evitar su coagulación y poder conservarlas mejor, pero en
cambio la minúscula porción de sangre vertida en el depósito del “dedo” falso
de goma que Vincent pegaba en su
auténtico dedo cada día para superar el control de entrada en Gattaca, se
mantenía misteriosamente líquida y lista para el análisis, y nunca se contaminó
con producto alguno (restos de goma, pegamento con el que Vincent fijaba la
prótesis a su dedo, ni restos de un supuesto anticoagulante).
Se puede pasar por alto que nadie, nunca, haya
observado la foto del verdadero Jerome y notado que poco se parece al impostor,
que nadie haya percibido que intercambia la muestra de sangre cuando se efectúa
la extracción en vena de la misma o la “pegatina” con su sudor antes de
correr en la cinta, pero lo que es
intolerable pasar por alto, si se mira una película de ciencia-ficción con
cierto “espíritu físico-crítico”, es que Vincent suba al espacio con un traje
de tela “de andar por Tierra” y sólo pestañee de emoción cuando su cuerpo está
sometido a los efectos de la aceleración debida al despegue. Un lanzamiento
como el de una nave jamás resultaría tan “cómodo” para su piloto como aparece
en la película, y el mismo tendría, como mínimo y para reducir los efectos de
la aceleración sobre su cuerpo, que vestir un traje especial.
El efecto fisiológico de la aceleración sobre el
organismo recibe el nombre de “tensión
por aceleración”. Los fenómenos circulatorios, respiratorios y visuales en
el cuerpo humano, por ejemplo, son seriamente alterados en función de la
magnitud de la aceleración, y si esta supera ciertos valores, se causan
lesiones, incluso irreversibles, en todo el organismo. El cerebro también ve
alterada su función, así como los riñones, las vértebras y articulaciones, etc.
El lanzamiento de las naves de Gattaca, al igual
que el de las nuestras, se produce en vertical, así que los astronautas ya se
sientan hacia arriba mientras esperan el lanzamiento y permanecen así
durante el mismo. Esto “ayuda” al cuerpo a soportar mejor los valores de
aceleración que se alcanzan, cuyos efectos en los órganos varían según la
dirección en que se produzca dicha aceleración (de la cabeza a los pies o del
pecho a la espalda). Los asientos de metal, en las naves de nuestro mundo, son
inflexibles, y los astronautas llevan enormes trajes a presión. Mike Mullane
describió sus sensaciones durante el lanzamiento en una entrevista para la revista Tesconnect.
Parece ser que durante el proceso sufren de un intenso
dolor de espalda y se sienten sumamente incómodos. Se alcanzan 160 km/h en 4 segundos, y en menos de
un minuto están ya a velocidades supersónicas. Scott Kelly señaló, por su
parte, que el lanzamiento es todo menos tranquilo, se siente toda la “fuerza del
empuje”, un ruido ensordecedor y violentas sacudidas que hacen que la cabeza
“traquetee” dentro del casco. A medida que se acelera, los astronautas son
“empujados” contra sus asientos, y resulta muy difícil moverse. La aceleración
llega a los 3g, así que la sensación que tienen debe parecerse a la de “pesar”
unas 3 veces más de lo que lo hacen “habitualmente” en la superficie terrestre.
La aceleración y sus efectos no desaparecen hasta pasados unos 8 minutos de
“vuelo”, una vez alcanzada la órbita, y sólo entonces empiezan a tener
“sensación de ingravidez”, y los objetos empiezan a “flotar”.
Cuando la aceleración es opuesta a la gravedad
(caso de los lanzamientos espaciales), la presión de los vasos sanguíneos por
debajo del corazón aumenta, por el contrario, por encima del nivel del mismo la
presión arterial disminuye, lo que provoca alteraciones visuales y cerebrales. Una
persona de pie en reposo presenta una presión arterial cardíaca de 120 mmHg, y
en los pies dicha presión alcanza los 190 mmHg por la presión hidrostática de
la “columna” de sangre entre los pies y el corazón. La presión hidrostática en
un punto depende de la altura respecto a la línea cardíaca, denominada “columna
de sangre o hidrostática”. La inclinación del asiento de los pilotos mejora su
tolerancia a la aceleración porque reduce dicha “columna hidrostática”, es
decir, la altura corazón-cerebro, reduciendo así la disminución de presión en
la cabeza del piloto al aumentar el valor de la aceleración. En los lanzamientos las aceleraciones se
mantienen siempre por debajo de 4g, ya que a este valor la deficiente
irrigación sanguínea periférica en la retina provoca reducción concéntrica de
los campos visuales, visión central borrosa o visión gris, que pueden
desembocar, si la presión en el globo ocular disminuye lo suficiente, en
pérdida total de visión (visión negra). Esto, seguido de la pérdida de
conocimiento por falta de irrigación sanguínea en el cerebro, constituye uno de
los primeros síntomas.
En experimentos en centrifugadoras llevados a cabo
para evaluar los límites fisiológicos de las aceleraciones se han conseguido valores de hasta 20g, pero
siempre durante períodos de tiempo muy cortos, jamás alcanzados en maniobras
comunes.
Al someter al cuerpo humano a una aceleración
considerablemente mayor que la 9,81 m/s2
habitual, la frecuencia cardíaca aumenta
para intentar “compensar” que el retorno de sangre venosa hacia el corazón
disminuye porque debajo del corazón la sangre se dirige a la periferia de las
extremidades. Se producen así arritmias.
Como las extremidades almacenan casi toda la sangre, aparecen edemas en piernas y tobillos. Este efecto es
contrarrestado por las maniobras de contracción muscular en piernas, brazos y
abdomen, junto a los pantalones anti-G, “remedios” que contribuyen a “devolver”
sangre al corazón. Como la frecuencia respiratoria aumenta considerablemente,
también se provoca fatiga en la musculatura respiratoria, y dolor punzante e
intenso en la zona superior del tórax y los hombros.
Elevados valores de aceleración también pueden
producir en los cuerpos de los pilotos lesiones cervicales agudas y cambios vertebrales
degenerativos crónicos, así como lesiones graves en tejidos blandos como músculos y
ligamentos.
Los métodos utilizados en aeronáutica para
compensar los múltiples efectos comentados anteriormente son la respiración a presión positiva, los entrenamientos en centrífuga y los trajes anti-G. Estos últimos, lejos de
incluir corbata (al estilo de Vincent en Gattaca), son tradicionalmente de “oclusión arterial”, e inflan cámaras sobre
el abdomen y las extremidades inferiores. La NASA sigue investigando en los
trajes, que han sufrido una notable evolución desde el primer modelo utilizado,
y hoy en día ya existen prototipos como el sistema “Libelle”, donde el piloto
está rodeado de un líquido de la misma densidad del cuerpo, que provoca una
contrapresión proporcional a la fuerza de la gravedad en cada punto del
organismo.
Por mucho que avance la medicina aeroespacial y la
aeronáutica, siempre tendrán que usarse dispositivos que le permitan al cuerpo
humano soportar las aceleraciones necesarias para alcanzar en una nave la
velocidad de escape de la Tierra en un tiempo razonable. Así mismo, no
merecería la pena invertir en una tecnología capaz de absorber el ruido y las
vibraciones de una nave durante su despegue, si esto fuese posible, sólo para
proporcionar a sus pilotos un lanzamiento apacible y confortable como sólo en
Gattaca puede tener lugar.
Referencias
- Aguilar Gutiérrez, Miguel (2000). „Biomecánica: La Física y la Fisiología“. Consejo Superior de Investigaciones científicas.
- Hayden, Gary (2008). „Lift off“. Tesconnect Magazine. [en línea]. Disponible en la Web: http://www.tes.co.uk/article.aspx?storycode=2203020. [Fecha de consulta: 2 Julio 2013].
- González, A.; Ríos, F. „Efectos de las Aceleraciones Positivas en el Organismo Humano“. Medicina Aerospacial y Ambiental 2002, Vol. 3 (5): 222-231. [en línea]. Disponible en la Web: http://diposit.ub.edu/dspace/bitstream/2445/17863/1/519509.pdf. [Fecha de consulta:1 Julio 2013]
Esta muy bien pero yo creo q en el futuro puede que creen naves cómodas para el transporte 😊
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